miércoles, 16 de marzo de 2016

DE SIETE A SIETE


Por: José Jimmy Urquijo Moreno

 
Seis y media de la tarde, está William ahí, sentado esperando en la cafetería El Trigal del barrio Villanueva que el reloj marque las siete de la noche para que “el amarillo” llegue de su turno diurno. Se toma el café despacio sin importar que en cualquier momento el taxi aparezca para irse a trabajar, de igual forma él dice que no va a ser el último de la noche, así que no le importa que se quede la mitad en el vaso. Esta es la misma rutina de hace 5 años, llegar donde doña Martha, dueña de la cafetería, pedir el café, esperar que llegue Rodrigo, le de alguna novedad del carro y salir. Cuando muchos están regresando a sus hogares de un día de trabajo, para él, apenas empieza su jornada laboral.

Las siguientes tres horas son fáciles, gente que sale del trabajo en busca de algún transporte que lo lleve rápido a sus casas, si es que hay forma de hacerlo en Bogotá, la ciudad justo a esa hora es cuando más está congestionada, hay que hacer peripecias para intentar encontrar el camino libre, en medio de los barrios, evitando las vías principales y así poder llegar al destino indicado. Así pasan estas tres primeras horas usuario tras usuario intentando volver a casa a estar con su familia y William, cada vez más lejos de la suya, sin embargo, en el tablero siempre pone una foto de sus hijos para saber por qué está trasnochando y para recordar que en casa siempre lo esperan.

Luego de las 10 de la noche el ritmo del trabajo baja, en las vías empieza a hacerse cada vez más notorio el color amarillo en todos los vehículos que circulan en la Capital, son sus compañeros que al igual que él recorren la ciudad en busca de trabajo que desde esas horas empieza a ser esquivo, es el momento de dirigirse a sitios donde el flujo de gente sea constante o al menos se perciba movimiento, es el momento de ir a los terminales, portales e incluso al aeropuerto y esperar por un nuevo usuario que defina el rumbo.

Así pasarán las horas de la noche, en busca de nuevos tripulantes, pasando por los mismos caminos que se han recorrido ya cientos de veces, ya cientos de noches, noches que han sido testigo de tantas historias y que algunas de ellas han sido relatadas al interior del taxi,  en ocasiones en busca de consuelo, apoyo o simplemente por aliviar una pena.

Y es que pasando siempre por la Iglesia del Divino Niño Jesús en el Barrio  20 de julio, vuelve a la memoria de William esa noche de noviembre del 2012 cuando siendo las once y media de la noche un joven quien caminaba en medio de la vía, extendió su mano y la agitó constantemente para que el vehículo se detuviera. William al ver esto sintió que el muchacho posiblemente estaba en peligro, así que decidió detenerse y dejar que el joven entrara, una vez dentro del carro le preguntó para donde se dirigía, el joven sin saludar y cerrando la puerta fuertemente sólo dijo –arranque, arranque-. Mientras se iban alejando del barrio, el joven sólo miraba atrás, William inquieto con la actitud del joven preguntó si acaso lo iban a robar, el muchacho intentó abrir la boca para decir algo pero de inmediato se ahogó en llanto.

Esta actitud desconcertó aún más a William quien ya habiéndose alejado del barrio, estacionó el carro e intentó calmar al joven quien no dejaba de lamentarse por algo. William le preguntó si algo le pasaba, si le habían hecho algo, si necesitaba ir al médico, de repente el joven gritó -¡lo maté!, mate a ese señor- esto paralizó a William por completo quien ahora quedaba con más preguntas que al inicio –¿Cómo así?,¿ ¿a quién mató?, ¿fue un accidente?-el joven seguía llorando pero su llanto ya no era tan fuerte, es como si su exclamación le hubiese ayudado a aliviar su carga emocional, le dijo a William que por favor no lo llevara a la policía, que había cometido un error, que era su primera vez porque necesitaba la plata para sus hijos. William nervioso le dijo que el también tenia hijos y no por eso estaba matando gente, además que él era muy joven y podía trabajar, el joven quien lamentaba su acción y con lagrimas en los ojos sólo asentía con la cabeza a los reclamos de William, luego de ese momento sólo hubo silencio.

William de nuevo arrancó el carro con dirección hacia el sur. El joven quien nunca dijo su lugar de destino llegando a la primera de mayo con treinta y aprovechando un semáforo en rojo rápidamente abrió la puerta y se bajó del taxi, corriendo atravesó la avenida sin siquiera percatarse de los vehículos que pasaban, una vez al otro lado se perdió en la oscuridad, de inmediato compañeros taxistas quienes vieron al joven hacer eso le preguntaron a William si acaso había sido victima de un asalto, pero William dijo que no, que tan sólo el joven no tenia para la carrera y que salió corriendo.

Nunca volvió a saber del joven pero su historia siempre regresa cuando pasa junto a la Iglesia del 20 de Julio, y es que en quince años como taxista de los cuales  ha pasado cinco en la noche, las historias que le han relatado sus pasajeros como las que él ha vivido son incalculables y como dice el dicho “cada persona es un mundo” y son esos mundos los que llenan cada espacio de las noches capitalinas. Con vivencias, anécdotas, tragedias, humor, historias que a veces parecen sacadas de un libro de mitos, que en ocasiones serían mejor que la cruda realidad.

En quince años como taxista, ya son varios los amigos y conocidos a los que William les ha tenido que decir adiós por culpa de manos criminales, a quienes no les importa ni la vida del afectado ni la de la familia que deja lamentando la perdida. Ya han sido dos los amigos a los que William ha tenido que decir hasta luego.

En hechos que ocurrieron para el mes de junio del año 2014, una noche William, como ya es costumbre suya y  de algunos compañeros, se reúnen en las glorietas para disponerse a adquirir algunos productos de los puestos de comida y bebidas calientes que en ellos encuentran. En estos puestos nunca faltan los naipes, el parqués y las muchachas atentas con los cigarrillos y el tinto para los que llegan a este punto,  a William se le hizo muy raro que siendo las tres de la mañana aún no sabía nada de su amigo Darío con el cual ya había hablado por el radioteléfono horas antes para acordar a qué hora se iban  a tomar un caldo en la glorieta. Darío lo último que le dijo es que iba para Fontibón con una carrera y se devolvía al sitio apenas terminara, pero el tiempo pasó y Darío no apareció, William intentó comunicarse nuevamente con él pero ya no tuvo respuesta, de inmediato alerto a los compañeros de esas zonas por si veían el taxi con las placas correspondientes a las del carro de Darío y ocurrió lo peor.

En el radio se empezó a oír -QR9, QR9- , que es el código para muerto dentro del gremio de los taxistas. “Un compañero caído” empezaron a decir, la ubicación Fontibón, de inmediato William arrancó su carro y a toda velocidad atravesó la ciudad hasta llegar donde encontraría una escena muy lamentable, su amigo ya sin vida sentado en el taxi con sangre en el pecho, la policía ya hacia presencia en la zona, ellos confirmaron la muerte de Darío  quien recibió dos puñaladas en el pecho al parecer por oponerse a ser atracado.

Noches como esa son las que uno no quiere volver a repetir nunca en la vida, dice William, pensar en los hijos de ese amigo que ya no lo van a ver, pensar en las responsabilidades que deja, pensar que era una buena persona que no se metía con nadie y quien solo buscaba  trabajar para sacar su familia adelante. A veces la vida no es justa.

Y es que mientras la gran mayoría de los bogotanos duermen, afuera de sus casas están pasando infinidad de cosas, distintas situaciones que muchos ni se imaginan pero que constituyen todo un mundo de relatos e historias de diferentes niveles, categorías y calibres que van desde pasiones y romances hasta trágicos y dolorosos desenlaces.

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